sábado, 23 de julio de 2011

VIENA

Tras cinco horas de tren agotador y con ganas de llegar ya a un hostal medianamente cómodo, llegamos a la estación de metro más cercana a nuestro hostal… o eso creíamos. Un “amable” segurita de la estación nos indicó el supuesto camino más corto, el cual resultó ser probablemente el más largo de todos. Llegamos jadeando, encorvadas por el peso de la maleta (que aparentemente aumenta por día), ¿y cuál fue nuestra sorpresa al llegar? Hubo un problema con la reserva y el hostal solo tenía sitio para CINCO DE NOSOTRAS, NO PARA NUEVE. La recepcionista no entendía ni papa de inglés, y hablaba una mezcla entre inglés, alemán y un idioma que solo ella conocía, sobre todo por que por mucho que le intentásemos explicar nuestra situación, ella no paraba de repetir: ESPERAD A QUE LLEGUE ALEX. Tras una larga discusión, llegamos a la conclusión de que tendríamos que dormir separadas esa noche, así que mientras unas arreglaban las cuentas con Alex, otras se echaron a la calle a buscar un sitio donde dormir. Por suerte, las callejeras encontraron una pensión justo al lado del hostal o Dobbylandia, como nosotras lo bautizamos por el parecido del dueño con Dobby, uno de los personajes de Harry Potter. Era un viejito muy simpático y acogió a las chicas como a princesas. Las que no se quedaban en Dobbylandia descubrieron los encantos de viajar barato, ya que cuando llegamos al Labyrinth Hostel, nos dimos cuenta en seguida de que ese antro era una discoteca transformada en varias habitaciones separadas por medios muros llenas de literas , sin ventanas y con el aire puesto a tope. En fin… El ‘’blue corridor’’ que era como se llamaba el antro dejaba MUCHO que desear. Tras esta gran decepción, salimos a la calle a ojear algunas tiendas, descubrir la hermosa ciudad de Viena y fuimos a buscar algo de comer, ya que estábamos HAMBRIENTAS. Nos decantamos por un italiano (como no) y decidimos que era hora de permitirnos un caprichito, en otras palabras, una deliciosa copa de helado italiano. Al finalizar nuestro pequeño festín decidimos hacer una de nuestras apuestas acordadas: NO AL MOVIMIENTO RÁPIDO, es decir, caminar todas de espaldas agarradas las unas a las otras dirigidas por Alejandra. Resultamos tan graciosas que se nos unieron unos jóvenes de nuestra edad e hicimos la conga con ellos. Finalmente caímos rendidas en nuestros respectivos hostales deseosas de que este agotador día terminase.
A la mañana siguiente, nos quedamos alucinando en el ‘blue corridor’ ya que las chicas que dormían en frente nuestra nos habían robado una bolsa con la única plancha del pelo que teníamos (nooooooooo), una camiseta y unas braguitas (sin duda, hay gente para todo…) A pesar de que parecía que empezábamos el día con mal pie, todo dio un giro cuando fuimos a ver la preciosa catedral de St. Stephan, y a pesar de no poder visitar sus catacumbas nos pareció increíble. Después de visitar el museo Albertina, donde vimos cuadros de Monet, Miró y muchos otros artistas, sucumbimos a la tentación de ir a comer a un buffet chino en el que nos intentaron cobrar 6 euros por una botella de agua… ¡Y qué mejor remedio que ir a un parque de atracciones para hacer bien la digestión! El parque de atracciones del Prater era realmente alucinante, con miles de atracciones diferentes, desde antiguos carruseles a emocionantes atracciones llenas de adrenalina y algunas de las niñas se atrevieron a adentrarse dentro de la casa de terror de Jack EL DESTRIPADORRRR. En fin, que nos lo pasamos bombita, correteando de un lado a otro, algunas medio mareadas pero sin parar de reír todo el rato. Nos hinchamos a algodón de azúcar y helados y volvimos cerca del hostal a seguir mirando tiendas o en otras palabras, entrar en tiendas y llorar desconsoladamente porque no podemos comprar nada. Otra vez caímos rendidas en nuestras camas con la ilusión de ver a los niños al día siguiente.
Amanecimos en nuestro último día en Viena, esta vez de mejor humor, sin saber que pasaríamos el día más frío de todo el viaje. DIOS MÍO QUE FRÍO. Visitamos el palacio real y algunas fueron al mariposario que estaba justo al lado. Las que no entraron se quedaron fuera en una esquina abrigadas como si estuviéramos de InterRail en Alaska, ya verán las fotos. Después quedamos para comer con los niños (por fin) en la iglesia de St. Stephan, y si creíamos que pedir mesa para nueve era difícil, para quince resultó serlo mucho más: quince platos idénticos del famoso Schnitzel vienés, un escalope que cubría el plato entero (menos el de Melón jajaaa) con guarnición de papas. ¡Realmente exquisito! Después nos tiramos en un parque a jugar como niños, tirándonos en la hierba, jugando a pegarnos y riendo sin parar. Vino un señor mayor diciendo que éramos todos pecadores y como no, Jorge se puso de serio a religiosear con el pureta, típico de Jorge. La despedida fue muy triste, ya que a algunos nos los volveríamos a ver hasta septiembre. Ahora nos preparamos para ir a la ciudad de los canales, Venecia, aunque todavía nos esperan doce largas e intensas horas de tren… Ya os contaremos desde ahí.


P.D. Papis ya queda menos para veros  (las fechas no concuerdan, lo sabemos, pero es que el wifi en los hostales nos ha fallado entonces esto se publica desde Roma. El de Venecia mañana, prometido.)


Besitos de la Princesa SooSoo y la pequeña Soff.

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